¡A bañarse!
Hoy todos sabemos que a los bebés les encanta el agua. En la actualidad se suele bañar a los bebés desde el día de su nacimiento y varias veces a la semana. ¿Pero somos conscientes de que bañando todos los días a nuestro pequeñín llevamos a cabo un ritual ineludible de la cultura occidental?
Un pequeño rey no muy limpio...
Los historiadores conocen todos los detalles de la infancia del rey Luis XIII de Francia gracias a que su médico escribió un diario, un documento de gran interés histórico que revela muchos aspectos de la pediatría del siglo XVII. En esa época la gente recelaba del agua, por lo que la higiene del niño rey era cuanto menos deficiente según nuestros criterios actuales. Júzgalo por ti misma: cuando el rey tenía 2 meses de edad lo "limpiaron" por primera vez frotándole la frente y el rostro con mantequilla fresca y aceite de almendras; a los 10 meses lo peinaron; a los 5 años le lavaron las piernas con agua tibia; a los 7 años, al fin, el pequeño Luis recibió su primer baño junto con su hermana. Sorprendente, ¿verdad? Aunque sea difícil imaginar algo así hoy en día, lo cierto es que antiguamente se pensaba que la suciedad desempeñaba un papel protector y que el agua, por el contrario, ponía en peligro la frágil salud de los recién nacidos.
Así pues, bajo su gorrito, los bebés conservaban durante meses sobre su cráneo una capa de suciedad a la que llamaban "el gorro" y cuya función era proteger la mollera del contacto con el exterior. En el Tíbet, una capa de hollín y mantequilla cumple la misma función, lo que significa que muchas sociedades comparten la misma preocupación por cubrir esa zona universalmente percibida como muy expuesta y por donde la vida del bebé podría escaparse. En la misma línea de no hacer nada que pudiera poner en peligro la vida de los bebés, tampoco se les cortaba las uñas sino que se dejaba que se rompieran de manera natural. Al igual que la suciedad, las uñas y el cabello (e incluso los excrementos y la orina) se consideraban prolongaciones del cuerpo del niño, por lo que deshacerse de ellos requería ciertas precauciones ya que fuerzas nefastas podían apoderarse de estas prolongaciones para hechizar al bebé. Algunos pueblos no tocan el cabello del bebé, que simboliza su fuerza vital. En Mongolia no se peina, lava ni corta el cabello de las niñas hasta que cumplen entre 2 y 4 años, y de los niños hasta que llegan a los 3 ó 5 años.
Bebés camuflados
En muchas sociedades actuales donde la mortalidad infantil sigue siendo elevada, existen algunas medidas relacionadas con la salud de los recién nacidos que pueden parecernos supersticiones extrañas. En Egipto y en las altas mesetas de Argelia se mantiene al bebé recubierto de cierta suciedad (hollín o khol sobre el rostro) y se le arropa en trapos aceitosos para que no atraiga la codicia y la mala suerte... Si eres de origen mediterráneo, quizás hayas escuchado a tu abuela explicar que hay que evitar alabar la belleza de un bebé para que no le echen el "mal de ojo"... Es una superstición que está desapareciendo pero que se deriva de la misma concepción. En Brasil o en Guyana se pinta la piel de los recién nacidos con una tintura para, según se cree, volverlos invisibles a los espíritus malignos. A veces, se les pone un maquillaje negro sobre la cara para que parezcan adultos y menos frágiles. En otros lugares, se les pone un aceite de masaje con fuerte olor para que no huelan a bebé... Bebés invisibles, inodoros, maquillados, poco agraciados... El objetivo es siempre el mismo: camuflarlos y preservarlos asegurándoles una existencia muy discreta hasta que hayan superado los peligros de la primera infancia. En el Yemen, los bebés no se lavan hasta que cumplen 4 o 5 años, para no borrar de su piel el vínculo carnal con la madre; es otra forma de protegerlos, de hacer como si aún no hubieran llegado al mundo y a sus numerosos peligros.
Las virtudes del agua
En Occidente, los médicos del siglo XVIII empezaron a rechazar lo que consideraban viejas supersticiones y a establecer los primeros principios de la higiene. Insistieron en que había que lavar a los niños con el fin de fortalecer su cuerpo y darles una salud vigorosa. Pero entonces se cayó en el exceso opuesto: para robustecer a los bebés, los médicos recomendaban que se les acostumbrara a bañarse en un agua cada vez más fría, incluso helada, ya fuera verano o invierno. ¡Una costumbre vigorizante que debía convertirse en norma de vida!
Poco a poco las virtudes del agua (felizmente cada vez menos fría) se fueron difundiendo y, a partir del siglo XIX, bañar al bebé se convirtió en un ritual ineludible de las clases burguesas y, luego, de toda la sociedad. Las obras sobre pediatría le siguen dedicando un lugar importante: temperatura de la habitación y del agua, tipos de bañeras y utensilios, duración de la inmersión, manera de sujetar al bebé, gestos precisos del aseo, secado, cuidado de los diferentes orificios, etc. El baño del recién nacido está muy codificado y a lo largo de cien años, sus reglas han variado poco en realidad. Sólo existen pequeñas variantes: las maneras de limpiar la nariz, la boca (aunque esto ya no se hace) y los oídos siguen modas, y la retracción del prepucio es objeto de vivos debates entre sus partidarios y sus detractores. (Si tienes un niño y has intentado inocentemente comentar el tema para hacerte una idea al respecto, puede que ya te hayas enfadado con tres personas distintas por todas las pasiones que desata). Pero lo que todos los padres conocen, y que ningún libro es capaz de codificar, es la dimensión festiva y afectiva del baño. Metes a tu pequeñín en un agua a la temperatura adecuada y es increíble cómo se ríe y cómo hace que te mueras tú también de la risa; o cómo llora, se agarra desesperadamente a los bordes de la bañera, salpica todo el cuarto de baño o te patea vigorosamente cuando intentas sacarlo del agua. Algunas tardes por semana, si tienes la ocasión, métete en el agua con él y disfruta de ese momento de relajación sin limitación de tiempo: ¡bastará con que lo saques del agua antes de que le crezcan aletas o de que la cena esté completamente quemada!
Los baños con hierbas aromáticas o "baños infusión"
En numerosas culturas, el baño diario del bebé es una práctica ancestral. Las madres africanas e indias tienen por costumbre sentarse al lado de una tina de donde sacan el agua y colocar a los pequeños sobre sus piernas para bañarlos. Enjabonan a los bebés, los rocían de agua y, a menudo, los purgan por todos sus orificios (la madre insufla agua dentro). La diferencia notable con respecto a nuestras culturas consiste en que al bebé se le permite beber el agua del baño. De hecho, este aspecto incluso forma parte del ritual ya que muy a menudo el baño es también una infusión de plantas con virtudes medicinales. Algunos pueblos de África realizan escarificaciones en la piel del niño para que los remedios naturales presentes en el agua del baño penetren en el organismo. En Sudamérica, África, Indonesia y Oceanía existen madres que escupen sobre el bebé una mezcla de agua y hierbas maceradas en su boca, de tal forma que la protección proviene a la vez de las plantas y del cuerpo materno. Después del baño, se suelen realizar numerosas unciones y masajes fortalecedores con aceites aromáticos que protegen tanto de la sequedad de piel como de los insectos. En la India y en África, las madres aspiran las secreciones de la nariz, los ojos y los oídos con su propia boca. Como puedes ver, cada cultura posee sus códigos y su manera ritual de cuidar el frágil cuerpo del niño pequeño en función del entorno en el que vive y de las creencias en las cuales se basa la comunidad. Nuestra manera de proceder no es más que una entre muchas y también se inspira en toda clase de creencias, por lo que sería un error pensar que se trata de una ciencia exacta.
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