¿Qué controlan los padres?
Es muy normal que los padres sueñen con un bebé ideal, que cumpla todas sus expectativas, y que proyecten en su existencia todos sus deseos. Este sueño, casi tan viejo como el mundo, ha protagonizado infinidad de cuentos y leyendas, que nos advierten de sus posibles contradicciones y peligros.
¿Controlar el futuro?
El nacimiento de un bebé es siempre un gran acontecimiento que marcará nuestra vida futura. Al fin y al cabo, el retoño que llegará será nuestro futuro. Sin embargo, lo que está por llegar, el futuro, es por definición desconocido y, por ello, el control que tenemos sobre lo que sucederá es muy limitado: esta es la gran paradoja que viven todos los padres del mundo, que lo aceptan con más o menos resignación.
En algunas maternidades se habla hoy en día de “proyecto de nacimiento”: ya en el momento del parto, nos preguntan qué hemos imaginado, decidido, anhelado los padres... Más adelante, revistas, psicólogos, marcas de productos para bebé, nos preguntan una y otra vez: "¿Qué deseas para tu hijo?" o "¿Cuál es su proyecto como padres?". Lo mejor y sólo lo mejor, ¿acaso se puede desear otra cosa?
Para intentar dar lo mejor a su pequeño y hacer desvanecer la incertidumbre que plantea el futuro, los padres tienen tendencia a controlar al máximo las perspectivas desconocidas que se abren ante ellos. No dejar nada al azar, controlarlo todo hasta el más mínimo detalle... Es uno de los defectos de nuestra sociedad que, en materia de educación, puede resultar catastrófico.
Niños campeones... de nuestro mundo
Tenemos también tendencia a desear que nuestros hijos sean los mejores, es decir, que no desbaraten el proyecto secreto que hemos ideado para ellos desde el momento de su concepción. Secreto porque sólo somos parcialmente conscientes de su existencia.
Estas proyecciones íntimas sobre nuestros retoños, nuestro deseo de que se ajusten al ideal que hemos imaginado, son a menudo difíciles de evitar, porque son complejas y están profundamente arraigadas en nuestro subconsciente. La idea no es que mientras le das de comer sueñes que estudiará ingeniería o que será la campeona del mundo de patinaje sobre hielo. No es tan sencillo... Sin embargo, todos tenemos en nuestro subconsciente unos esquemas ideales de cómo debe ser una niña o un niño, ideas que tenemos muy interiorizadas, a menudo fruto de nuestra propia educación, y a las que es difícil escapar completamente. Aunque muchas veces seamos prácticamente incapaces de verbalizarlas, nuestros pequeños son muy sensibles a estos ideales, que perciben de forma intuitiva.
Padres que quieren hacerlo demasiado bien
Desde tiempos inmemoriales, mitos y cuentos han plasmado este tema, como si quisieran advertir a los padres: "por mucho que desees que tu niño sea de una forma o de otra, ¡lo cierto es que no decides nada!" ¡Y, además, tus anhelos pueden volverse contra ti o, mejor dicho, contra tu hijo!
Veamos, por ejemplo, los padres de la Bella durmiente. Tenemos a una pareja que lleva mucho tiempo deseando tener hijos hasta que, por fin, llega la ansiada cigüeña. Una vez que su dulce hija llega al mundo, deciden celebrar una gran fiesta y, para que lo tenga todo de cara en la vida, invitan a todas las hadas del reino para que le den todos sus poderes. ¿A todas las hadas? No, se olvidan de una en un imperdonable descuido. Y este olvido será desastroso, pues herida en su orgullo, la decimotercera hada lanza un hechizo a la pequeña: a los quince años, se punzará con una máquina de coser y morirá. La intervención en el último momento de otra hada consigue suavizar uno poco la maldición: la joven no morirá, sino que dormirá durante cien años. Aunque sus padres hacen lo posible y lo imposible para que no quede ni rastro de máquinas de coser en el reino, no logran escapar al hechizo. La Bella durmiente dormirá cien años, hasta que el príncipe le dé el beso salvador. “¿Querías que tu pequeña fuera perfecta?”, dice el cuento. Pues bien, ya has visto que es imposible. Cuando uno aspira a la perfección, siempre olvida algo y ese algo puede ser la cosa más importante.
En la mitología griega encontramos a una madre que anhelaba para su hijo otro tipo de perfección: la inmortalidad. Se trata de Tetis, la madre de Aquiles, el célebre héroe de la guerra de Troya. Para lograr que su hijo fuera inmortal, Tetis sumergió a su bebé en el lago de Estigia, las aguas de la inmortalidad, sujetándolo por un pie. Cumplió su objetivo, aunque sólo en parte. El niño se convirtió en un ser invulnerable, salvo en la parte del cuerpo que su madre no sumergió en el agua: el famoso talón de Aquiles. Una flecha dirigida contra su talón daría muerte al héroe griego en el combate contra los troyanos. Ninguna madre, jamás, convertirá a su hijo en un ser invulnerable por decisión propia, reza el mito. Por el contrario, querer hacerlo pone en peligro a su hijo... Tetis echará mano de todas sus astucias para evitar que su hijo se vaya a la guerra, pero será en vano, porque no podrá luchar contra el destino.
Bebés que educan a sus padres
Los padres no fabrican héroes ni primeros de la clase. ¡Los hijos no pueden cargar con nuestros proyectos sobre sus espaldas! No es casualidad que las dos leyendas que hemos comentado hablen de bebés: las proyecciones sobre nuestros hijos empiezan muy pronto, incluso antes de que nazcan. Por ejemplo, soñamos con tener una niña y llega el niño. A nivel psíquico, esta niña tiene que desempeñar un papel particular, en relación con nuestra feminidad, nuestra relación con nuestra madre, etc. Teníamos un proyecto inconsciente para ella que un niño va a poner pies arriba, porque vamos a vivir y a experimentar otras cosas.
La personalidad de cada bebé nos conecta con la realidad y nos abre nuevas perspectivas. ¡Así pues, de alguna forma podemos decir que nuestros hijos nos “educarán”!
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