Dime lo que comes...
¿Qué debemos darles de comer a los bebés? La pediatría moderna se ha ocupado con pasión de este tema a lo largo del siglo XX, alimentando encendidos debates y creando modas sucesivas. De todos modos, las costumbres de toda la vida y la dieta actual coinciden en algunos puntos.
Comer para crecer
En todas las sociedades, existen multitud de creencias, tabús y prohibiciones en torno a la alimentación, y lo que damos a nuestros pequeños forma parte de un sistema simbólico, al igual que lo que comemos los adultos. Su función básica es garantizar el crecimiento de una personita en pleno desarrollo, pero tras el preceptivo análisis de los alimentos capaces de cumplir esta función, el resultado no siempre coincide en todas las culturas. ¿Acaso no repetimos una y otra vez a los pequeños “Cómete la sopa, la verdura, el tarrito para que crezcas y te hagas mayor”?
La comunidad yao, del norte de Tailandia, ofrece un ejemplo interesante desde este punto de vista. Consideran que a partir de los 3 años pueden comer de todo de forma autónoma y les dejan a su gusto, ya que los hijos mayores son los encargados de ayudar a los más pequeños. Los bebés se alimentan exclusivamente con leche materna hasta los 14 meses y, después, se les da atol de arroz con trocitos de verdura o carne masticadas por la madre y trocitos de frutas como papaya, plátano y naranja. Consideran que a partir de los 3 años pueden comer de todo de forma autónoma y les dejan a su gusto, ya que los hijos mayores son los encargados de ayudar a los más pequeños. La particularidad es que hasta los 12 años los niños son grandes consumidores de cosas que sus padres ya no comen y que constituyen una rica fuente de proteínas animales y vitaminas, muy útiles para su crecimiento: gran cantidad de fruta y huevos, caña de azúcar (que mascan todo el día), miel, nidos de insectos (avispas y abejas), larvas y abejorros asados, y pequeños animales que ellos mismos cazan y cocinan (pescado, pájaros, conejos, ardillas, erizos...). Con esta libertad total y absoluta, los niños comen durante todo el día: siempre están hambrientos, aseguran los padres, quienes sólo comen carne una vez al mes. Este curioso y abierto régimen alimentario se adapta perfectamente al crecimiento de los niños.
Un secreto milenario
La sabiduría popular ha grabado en la memoria colectiva desde hace siglos que el pan y la leche son fundamentales para que un niño crezca fuerte y sano. Aunque antiguamente a los niños no se les dejaba de dar el pecho antes de los 18 o los 24 meses, en el campo era frecuente la lactancia mixta, a veces incluso desde el primer mes, para que el lactante creciera más fuerte y sano. Aparte de la leche materna, les daban caldos, sopas de pan y papillas, es decir, el trigo en la forma más digerible posible. La mejor manera de preparar un atol era hervir harina de trigo muy fino hasta que espesara y luego diluirla en leche fría. Después, la madre se ponía cada cucharada en la boca y la dejaba ahí durante unos instantes antes de dársela al bebé: ¡de este modo se conseguía el efecto del trigo predigerido que encontramos en los cereales infantiles actuales! En todo el continente asiático el agua de cocción del arroz y los atoles de arroz marcan el inicio de la diversificación alimentaria. Así, pues, vemos que cada cultura considera un elemento esencial de la alimentación de sus pequeños el alimento que constituye la base de su propio sistema nutricional: aquí el trigo, allí el arroz y en otras partes el maíz... Asimismo, vemos que mucho antes de la aparición de la dietética moderna, formaba parte del saber popular la idea que los niños necesitaban cereales o fécula y de que las digerían mejor si se les facilitaba el trabajo (en todas las sociedades tradicionales, las madres mastican en su boca el alimento que dan a sus pequeños).
Ciencia frente a tradición
En Occidente, a las tradiciones ancestrales se opone, desde hace muchísimo tiempo, el discurso médico. La palabra del prescriptor que impone su ley sobre los usos populares: la ciencia frente al empirismo de las madres. Durante siglos, sin embargo, este discurso ha llegado sólo a un segmento minúsculo de la población. Todo el mundo recuerda que “en el campo”, no hace mucho tiempo, eran habituales prácticas tan abominables como poner sidra o aguardiente en las bebidas del bebé... Estas anécdotas antológicas contienen, evidentemente, parte de cosas positivas, pero también parte de cosas negativas: si bien es cierto que se han cometido errores en la alimentación de los bebés, no lo es menos que el discurso médico oficial ha tenido tendencia a tachar de oscuro, supersticioso y equivocado todo lo que se hacía de forma espontánea y estaba fuera de su esfera de influencia. En el siglo XVIII, los médicos condenaban el uso de los atoles, argumentando que el estómago y los intestinos del bebé no estaban preparados para digerir estos alimentos.
Así empezó la Guerra que ha enfrentado a madres y médicos durante siglos... Aun hoy, muchas madres sienten una inclinación natural hacia los atoles de cereales para enriquecer la leche, mientras que los pediatras suelen aconsejarles que, por el contrario, retrasen la introducción de nuevos alimentos. En general, las madres no pueden evitar sentir curiosidad por la diversificación alimentaria: en todo el mundo tenemos constancia de la introducción de alimentos desde muy pronto, a veces desde la primera semana, siempre masticados previamente por la madre, que los pasa directamente de su boca a la del recién nacido, una forma de no apartarse de la lógica nutritiva de la lactancia.
¿Ciencia o magia? Las modas pasan...
Sin embargo, si el arte de alimentar a los bebés es una ciencia, se convierte necesariamente en un objeto de controversia y evoluciona al ritmo de los descubrimientos en el campo de la dietética. La edad adecuada para dejar de dar el pecho y para la diversificación alimentaria ha registrado en las últimas décadas una disminución progresiva, pasando de los 3 meses (entre 1960 y 1980) a los 4-6 meses actuales, una edad de consenso.
Durante el siglo XX, los debates más encendidos giraron en torno a los alimentos más simbólicos, esto es, los huevos, la carne y el pescado. ¿Es peligroso o no el huevo? ¿Es mejor darle la yema o la clara? ¿Cómo hay que prepararlo? ¿Hay que introducirlo antes o después de la carne? ¿A qué edad introducimos la carne? El “jugo de carne” fue uno de los recursos clásicos durante varias generaciones, hasta que en 1975 los especialistas aseguraron que no tenía ningún valor alimentario. Durante muchos años, los médicos acusaron a las madres de introducir los alimentos con carne demasiado pronto y se retrasó la edad del jamón, el pescado o la pechuga de pollo (sin olvidar los famosos sesos) hasta los 15-18 meses, para luego volver atrás en los años sesenta... Determinados alimentos tienen fuertes connotaciones mágicas, que nacen de analogías o similitudes: los sesos nos hacen más inteligentes, la carne más fuertes y el huevo, que evoca la concepción y la gestación, ¡a saber! Los yao tienen su propia teoría: creen que alma de los niños, aún frágil, necesita gran cantidad de huevos y los pequeños pueden acceder libremente a los gallineros.
... pero la dietética avanza
Los antropólogos han observado que en las sociedades donde no se enseña a los niños a controlar los esfínteres, estos lo hacen naturalmente a los tres años. Fuera de los países occidentales, el momento de dejar de dar el pecho es una etapa mucho más valorada que la higiene. La edad en la que se deja de dar el pecho a un bebé es consultada, ritualizada, comentada... mientras que nadie se preocupa del momento en que los niños empiezan a hacer sus necesidades solos, algo que aprenden de forma natural, imitando a los mayores. No se les riñe ni felicita. En la mayor parte de las culturas, este tema se deja en manos de los niños mayores, que se llevan a los más pequeños al baño con ellos.
Las psicoanalistas y etnólogas Genneviève Delaisi de Parseval y Suzanne Lallemand señalan que nuestra cultura es la única en la que este aprendizaje no se realiza por imitación (como la alimentación, el lenguaje o los primeros pasos) sino que está vinculado a la afectividad y al chantaje: el niño debe estar limpio para que estemos contentos. ¡Esto da pie a infinidad de situaciones y problemas complejos, ya que damos a los niños la posibilidad de jugar en un terreno muy sensible!
Por ello, conviene desdramatizar esta etapa... Es importante no convertirla en una prueba de madurez u orgullo ni en un motivo de vergüenza e inseguridad. Es importante no convertirla en una prueba de madurez u orgullo ni en un motivo de vergüenza e inseguridad Cuanto menos esperes del niño en este sentido, más fácil será que lo asuma como algo propio. Y si estás en la última fase de la batalla antes del inicio de las clases... ármate de paciencia y no te preocupes: en el colegio terminará de aprender lo que han empezado en casa.
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