En la consulta del médico
Cuando nuestro bebé está enfermo, es como si nosotros también lo estuviéramos. Los padres nos vemos confrontados a una doble prueba. Una prueba física, porque a veces la enfermedad de un hijo supone noches en vela, y una prueba psicológica, debido a la ansiedad y al estrés que conlleva siempre esta situación. Por ello, la relación con el pediatra y el equipo que atiende a tu bebé es muy importante.
Las dolencias de nuestros bebés
Arturo, que acaba de cumplir 6 meses, tiene una fiebre inexplicable de 39 ºC desde hace 24 horas. Es la primera vez que le ocurre algo así. Se ha despertado varias veces la noche anterior y ha perdido el apetito. Elisa, su madre, está muy asustada. Para colmo, como tiene un trabajo urgente que terminar en la oficina, ha tenido que buscarse una niñera de última hora a quien ha llamado varias veces desde su trabajo. La situación es de lo más común. Sin embargo, las dolencias de nuestros bebés siempre nos causan una inmensa preocupación. ¿A quién puedo llamar y qué puedo hacer? ¿Debo llevar a mi bebé al médico generalista o debo esperar a mañana para pedir cita con el pediatra?
Hoy en día, nos parece normal que sea el pediatra quien se ocupe de la salud de nuestros hijos. Sin embargo, durante mucho tiempo, el médico de los adultos era quien curaba a los pequeños. La mortalidad infantil aparecía como una fatalidad y al recién nacido se lo consideraba poco más que un tubo digestivo. La pediatría es una especialidad reciente cuyos orígenes se remontan al siglo pasado.
La mamá habla por el bebé
La relación que los padres tienen con el pediatra es muy particular. Por norma general, sólo vamos al médico cuando estamos enfermos. Sin embargo, la mayoría de las veces consultamos al pediatra para asegurarnos del buen desarrollo físico y psíquico de nuestro hijo, es decir, para cerciorarnos de que todo va bien. En todos los aspectos (curva de talla, evolución del peso, desarrollo psicomotriz, etc.), esperamos que el pediatra comparta nuestro entusiasmo por los progresos de nuestro bebé.
La otra particularidad es que durante los primeros años de vida del pequeñín, cuando está enfermo, son los padres quienes son sus intérpretes o portavoces. Algunas mamás dicen "nos duele la barriga, no comemos bien, etc.", o incluso hablan en primera persona como si fueran el bebé. Los padres describen los síntomas del bebé o los que ellos perciben como tales. En realidad, más de la mitad de las consultas en pediatría están dedicadas a realizar exámenes de control y a proporcionar consejos. Puede que una mamá que viene por los ""terribles cólicos"" o los reflujos crónicos de su bebé sólo necesite que la tranquilicen y apoyen. Y es que no nos hacemos madres o padres de la noche a la mañana. Según una encuesta reciente, una de cada cinco madres se siente desamparada. Es por lo tanto normal que las madres depositen tantas expectativas en los pediatras y en los consejos que estos pueden proporcionarles.
La mayoría de las veces, el primer encuentro con el pediatra tiene lugar durante la visita previa a la salida de la maternidad. Otras veces, las madres prefieren escoger al pediatra recomendado por sus amigas, las cuales no escatiman en elogios sobre su forma única de tratar a los bebés. El pediatra que desviste a tu bebé gana un punto con él. Gana otro punto si se dirige directamente a él para explicarle lo que le está haciendo. Gracias a estas atenciones, tu bebé no sólo no se pondrá a llorar al entrar en la sala de espera, sino que recompensará a "su" médico con unas sonrisas que te confirmarán que has acertado con tu elección.
Por el contrario, seguramente no te gustará un pediatra poco disponible para tu bebé, o que se interese más por tu profesión que por lo que le pasa a tu hijo. La relación con este especialista no tolera ninguna nota discordante. Conforme se desarrollen las visitas, deberá instaurarse una relación de confianza. En nuestros países, el pediatra suele ponerse en un pedestal, lo que tiende a irritar a algunos médicos generalistas que tienen la impresión de servir de segunda alternativa, cuando el pediatra no está disponible o para cuestiones que no revisten mayor gravedad. Aunque también hay casos en los que se sigue recurriendo sistemáticamente al médico de familia, tanto para los pequeños como para los grandes.
Los virus que acechan
Por muy bueno que sea tu médico generalista o tu pediatra para darte consejos y tranquilizarte, poco y nada puede hacer contra un ataque de virus. Un día a la semana en la guardería puede bastar para que tu niño se contagie de los virus más comunes (rinofaringitis, gastroenteritis, bronquiolitis, etc.). Aunque ya te habrás dado cuenta de que no todos los niños reaccionan de la misma manera frente a los virus. A veces te preguntarás: ""¿cómo puede ser que el bebé de mi vecina se libre sistemáticamente de estas enfermedades y el mío no?"". No es fácil responder a esta pregunta: las defensas inmunitarias de los niños son todo un misterio, incluso para los médicos, o sea que no merece la pena que te preocupes más de lo necesario.
A los virus se suman las enfermedades infantiles que, pese a ser conocidas y previsibles, siempre asustan a las madres. Cuando tu niño tiene varicela, tienes que impedirle que se rasque, la guardería no lo acepta y tu cuñada sospecha de tu bebé de habérsela pegado a sus hijos. Además, también están las dolencias del día a día, cuando de repente, en mitad de un fin de semana perfecto, tu bebé se da un golpe tremendo contra la esquina de la mesa, sangra mucho y lo tienes que llevar corriendo a Urgencias (la solución más rápida). Resumen del fin de semana: tres puntos de sutura en la cabeza y un camión de bomberos para que Jesús se olvide de su infortunio.
Incluso en los momentos en que tu bebé esté en plena forma, tenga un apetito de ogro y no pare de reírse, habrá que pasar por el viacrucis de las vacunaciones. ¡Seguro que sentirás cada inyección como si te la estuvieran haciendo a ti también! Una auténtica tortura, aunque sepas que es por su bien. Por la noche, dormirás con un ojo abierto por miedo a que haga una reacción a la vacuna, pero lo más normal es que no la haga.
Algún día, estas pequeñas miserias habrán quedado en el olvido y lo único que recordarás serán los momentos de ternura y de mimos... además de los ilegibles garabatos del médico en el archivo de tu hijo. Por último, no olvides que tu bebé, que ayer estaba abatido por culpa de una fuerte fiebre, hoy se despertará fresco como una rosa y con una energía desbordante. Los niños tienen una capacidad de recuperación asombrosa. ¡Ojalá la tuvieras tú también!
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