Un nombre para toda la vida
Escoger un nombre para nuestro hijo… ¡todo un mundo! Es una de las grandes alegrías relacionadas con el nacimiento, que merece una atención y una dedicación especiales. Con todo, encontrar el nombre ideal no es una tarea fácil.
Dos desafíos: ponerse de acuerdo en el nombre y que suene bien con el apellido
Para quienes además no quieran saber el sexo del hijo hasta que nazca, les tocará dedicarle el doble de tiempo… Uno siempre ha tenido preferencias, tendencias, certezas incluso, que en ocasiones se desvanecen cuando llega el embarazo. La duda nos invade. Y por si fuera poco, hay que ponerse de acuerdo, lo que puede resultar lo más difícil… Tú siempre has soñado que sería tu "Juan", pero él quiere que sea su "Antonio". Unir nombre y apellido, escuchar lo bien que suena o comprobar con decepción que a nuestro apellido ¡no le van las originalidades! Menos mal que éste se transmite y no caben las preferencias personales...¿Seguro? Desde hace un tiempo, los progenitores también pueden elegir el orden de los apellidos.
¿Dime cómo te llamas y te diré quién eres?
En realidad, ¿qué es un nombre? Una simple serie de letras, unas cuantas sílabas que forman un conjunto sonoro, una palabrita que ejercerá una influencia durante toda nuestra vida. Una de las primeras palabras que el niño memorizará, y luego escribirá, mucho antes de que aprenda a leer y a escribir, una de las palabras que más veces pronunciará a lo largo de su vida. Y al mismo tiempo, uno de los componentes más misteriosos y profundos de nuestra identidad. Ya con 4-5 meses, según algunos expertos, un hijo es capaz de distinguir su nombre de otro parecido. El nombre es la primera manifestación de nuestra pertenencia a una sociedad. Por ello, quien se pregunta por su existencia no puede evitar interrogarse sobre la influencia del nombre que lleva. En efecto, en los Estados Unidos, desde principios del siglo XX, los psicólogos se interesan seriamente por la influencia de los nombres y los apellidos. La última elección presidencial estadounidense resulta muy ilustrativa, ya que Barack Obama, el primer candidato afroamericano de la historia, hizo muchas alusiones a su nombre, el cual siempre traducía como “bendito” a pesar de que le atribuía un origen árabe, swahili o hebreo en función del público al que trataba de convencer… En ese caso, su nombre le daba pie a presentarse como una encarnación del sueño americano, un sueño en el que "un niño delgaducho con un nombre raro puede albergar la esperanza de que América tiene reservado un sitio para él" (discurso del 27 de julio de 2004).
¿Quién lo elige y por qué?
El nombre es una elección de los padres. Es la marca que precede al apellido del niño. Antaño, los padres escogían un nombre relacionado, más o menos directamente, con un antepasado, en una forma de continuar con la historia de la familia, preservar la memoria de un antepasado y transmitirla de generación en generación. En la actualidad, la mayoría de los padres no sigue esta costumbre y prefiere seguir la moda o afirmar su originalidad.
El nombre, revelador de vinculaciones
El nombre revelará los orígenes religiosos y culturales que obligan, por ejemplo, a poner al primogénito el nombre de un profeta o de uno de los cuatro evangelistas. En una familia todas las niñas se llaman "María algo", mientras que otros eligen nombres populares, copiados de personajes de series televisivas, dibujos animados o novelas.
Por lo visto, en los últimos años, la influencia de las teleseries estadounidenses ha caído en picado y están volviendo los nombres de antes. Parece que se tiende a los nombres cortos, de una o dos sílabas, tanto para las niñas como para los niños. En las niñas el trío de popularidad es el compuesto por Maria, Lucía y Paula, y en los niños Alejandro, Daniel y David. Los nombres compuestos están algo pasados de moda (¡no es fácil llamarse Adrián Gabriel!).
Pero, con independencia de la voluntad de elegir un nombre, ¿existen “otros factores” más subconscientes, derivados de la imaginación de los padres?
¿Cómo actúa este imaginario? En las afirmaciones del tipo "es un niño así o asá, ¡como todos los Pablos!". El mito de la predestinación en razón del nombre es persistente, ¡como si llamarse igual que un cantante, una actriz o un deportista, llevara a uno directamente a identificarse con él o a imitarlo! La elección también está condicionada por la diferencia de sexo y una posible preferencia. ¿Por qué nos costará tanto, o nos será imposible, encontrar un nombre de chico que nos guste, y nos resultará tan fácil encontrar uno de chica? ¿O por qué habremos escogido un nombre neutro? En lo que respecta a los excesos de originalidad, a menudo motivados por la razón de que el nombre les gusta a los padres y nadie se llama así, son en sí mismos una forma de introducir una diferenciación en una experiencia universal. A fin de cuentas ¡todos debemos tener un nombre!
Dar un nombre: un momento muy especial
Es un momento excepcional, que no siempre se hace en los primeros días tras el nacimiento, por el que el recién nacido ingresa en la sociedad. En algunos lugares, la inscripción se hace después del parto. Por lo general es el padre el que acude al Registro Civil, y presenta, conteniendo la emoción, el parte médico del nacimiento (donde consta la fecha, hora y lugar de nacimiento, el sexo y el nombre o los nombres elegidos para el niño), ante el funcionario impasible del Registro. No sucede lo mismo en muchas sociedades tradicionales, donde se espera varias semanas, meses o incluso un año o más para inscribir al niño. Es, por ejemplo, lo que ocurre con los Minyanka de Mali, que celebran el rito de la imposición del nombre varias semanas después del nacimiento.
Apellido del padre y apellido de la madre
El uso del patronímico apareció, prácticamente en todos los países occidentales, a partir del siglo XII. Desde esta época, uno de los aspectos que hemos continuado, es la transmisión de los apellidos en algunos países es el del padre el que se transmite, nunca el de la madre. Aunque en algunos países como en centroamérica, es posible transmitir a tu hijo el primer apellido tanto del padre como de la madre. La identidad ya no es la heredada, sino que va modelándose según los deseos de quien la recibe, en función de otros criterios sociales o afectivos…
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